Tarde de domingo lluvioso. Cientos de personas dibujando una ondulante linea. Azafatas informando del tiempo de espera. Centro cultural, fotografía, periodismo, impacto y mundos diametralmente opuestos al de la mayoría de personas expectantes del certamen.
Una vez dentro, desgarradoras realidades camufladas por voces glaciales resonantes en el espacio exterior, mientras que las internas empezaban a despertar, como lo hace un volcán dormido, ahuyentando la soporífera espera.
Y en la muestra;
-Alambres de espino que parcelan la tierra. Sufrimiento, esperanza, guerra, derecho, sinsentido.
-Una silla vacía que atestigua el miembro de una familia desaparecido.
-Pieles convertidas en tierra quemada por el caer de las bombas sobre los no dóciles.
-Cuerpos humando vestidos con ropas que determinan que entre éstos existe el odio, el resentimiento y la suspicacia
-Juventud tras los barrotes, por haber sido seducida por una educación integrista que denota el fracaso de la misma.
-Botes atestados de optimismo, alimentados por el hambre y la falta de esperanzas para sus vidas.
-Pareja rompiendo estereotipos e la forma más normal y natural.
-La expresión de la tierra que hace añicos la seguridad que el hombre y a la mujer han construido.
-La inocencia de un niño fulminada por la deshumanización de los que se sientan en arriba.
-Nuevas formas de esclavitud para el enriquecimiento de unos pocos, los cuales fomentan los libros de autoayuda e himnos de libertad.
-Derrochadoras tradiciones que parecen ser sacadas de libros de historia.
-Ojos rotos, sangre desparramada, edificios vacíos, gritos mudos, etc.
No duré ni 5 minutos, empujado por el sentimiento de no querer participar en tal siniestro espectáculo. Lo que escuchaba a mi alrededor denotaba uno de los grandes males de la actualidad, a mi juicio, la deshumanización. A través de las instantáneas el sufrimiento no impacta lo suficiente para que éste se convierta en la gasolina del cambio. Quizás la propia capacidad de sentirlo se encuentre encerrado en una jaula con barrotes de oro, preciosas incrustaciones y sonidos angelicales que alentan otras formas de hippismo.
En realidad son conjeturas. Apenas puedo comprender más de lo que vi, sentí y escuche, abandonando el recinto con preguntas que señalan puertas, tras las que no se lo que hay.
¿Qué pasaría si estos cientos de personas, dedicaran ese tiempo de espera a responder a las situaciones que muestras las fotos?
¿Qué pasaría si las voces frías que escuché en la exposición se humanizaran, recuperando con ello la amplia capacidad de sentir?
¿Y ahora, qué hago yo con todo esto que me está pasando al ver la fotos?
¿Cómo puedo yo responder para que inocentes no sufran si sólo soy una gota de agua en en amplio océano?.
Dario Nogués